Vigilia Pascual 2020
REFLEXIÓN DE LA VIGILIA PASCUAL
Queridos Hermanos:
Esta es una noche feliz. La Iglesia canta y alaba a Dios por la victoria de Cristo. “Alégrese nuestra Madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante. Resuene este templo con las aclamaciones del Pueblo”. “Este es el día en que actuó́ el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es terna su misericordia”. “Esta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”.
Pero lo que celebra hoy la Iglesia no es solo la victoria de Cristo, su resurrección de entre los muertos. Lo que hoy celebramos es también nuestra victoria. Y es bueno que situemos esta solemne Celebración de la Pascua en nuestra vida cotidiana.
Vivimos un clima cultural muy individualista. Lo sabemos bien. A pesar de que las relaciones sociales son múltiples y las posibilidades de comunicación crecen de forma espectacular, el ser humano, en su intimidad más profunda se siente solo. Todo lo que se refiere al ámbito más íntimo y más personal, ese ámbito de las experiencias más hondas de la persona humana: su sentido de la vida, sus convicciones y sus creencias, se ha convertido en algo muy individual y, a veces hermético, donde ni siquiera entra la luz de la fe. Y puede ocurrir que la celebración de esta noche, la celebración de la victoria de Cristo sobre la muerte, la vivamos como algo exterior a nosotros. Como si este acontecimiento tuviera que ver poco con mi vida, con mis preocupaciones cotidianas, con mis temores y mis esperanzas. Parece como si fuera algo del pasado, ciertamente extraordinario, y que la palabra y la predicación de Jesucristo solo fuera como una exhortación y un modo de comportarse, verdaderamente admirable, pero imposible de vivir y muy lejos de nuestras tareas y relaciones diarias. Parece como si Jesús solo fuera un modelo extraordinario de vida, un “líder” moral, el más grande en la historia de la humanidad y que su resurrección lo único que podría significar seria la confirmación, por parte de Dios, de la grandeza moral de Jesucristo.
Pero, la resurrección del Señor es mucho más que eso. Si solo fuese eso, todo seguiría igual. Nada habría cambiado. La humanidad seguiría siendo esclava de su pecado y viviría siempre asustada por el miedo a la muerte.
Lo que hoy celebra la Iglesia no es solo la resurrección de Jesucristo, su victoria sobre la muerte. Lo que hoy celebra la Iglesia es la resurrección de Jesucristo y también la resurrección nuestra.
Esta es la gran verdad que hoy celebramos: que si nuestra vida está unida a la de Cristo, estamos pasando ya de la muerte a la vida, estamos entrando ya en una vida nueva que no conoce la muerte. Lo que sucedió́ ya, sacramentalmente, en el bautismo, donde se produce nuestra incorporación a la vida Cristo, tiene que irse realizando día a día, en la fe, en la esperanza y en el amor, iluminando y transfigurando, con la fuerza del Espíritu, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones, en la vida diaria, en todo lo que sentimos y hacemos, aun en las cosas más pequeñas.
Hoy tenemos que vivir la inmensa alegría de experimentar en nuestro propio ser el misterio de la muerte y resurrección de Cristo: la alegría de morir, con Cristo, a lo viejo, lo caduco, lo que S. Pablo llama las “obras de la carne”: la envidia, la soberbia, le pereza, la desilusión, la desesperanza. Hay que morir a todo eso. Hay que sepultar todo eso. Para renacer con Cristo resucitado a la vida del Espíritu: que es amor y es gozo y paz y benignidad y paciencia.
Hermanos: la victoria de Cristo es nuestra victoria. En Cristo estamos todos. Él es nuestra Cabeza y nosotros somos su Cuerpo. Su sangre ha sido derramada por todos. Y la nueva vida, que surge en la resurrección de Cristo alcanza a todos: también a todos aquellos hombres de buena voluntad que, con sincero corazón buscan el bien y la verdad y cuya fe solo Dios conoce.
En Cristo resucitado todos empezamos a participar ya de la vida eterna. Lo que ha sucedido en Cristo, sucederá́ también en todos que nos hemos incorporado a Cristo.
Jesús ha bajado al sepulcro, a la muerte, a las tinieblas, al reino del silencio, a “los infiernos”, al lugar de los muertos, al lugar de los que esperan la plena manifestación de los hijos de Dios. Jesús ha bajado al “abismo”, para sacarnos del “abismo”.
Reconocer a Cristo como Señor del tiempo y de la historia significa reconocer que en El todo tiene consistencia, todo tiene fundamento, todo puede conducirnos, si se orienta según el Espíritu de Cristo, hacia la plenitud. La vida no es una repetición de actos sin sentido, sino un caminar con Cristo hacia la plenitud.
Y este “caminar” con Cristo, este “salir de las tinieblas” para entrar en la luz del Señor, en el “día del Señor”, en el “tiempo de la misericordia”, hemos de proclamarlo en esta Noche Santa, renovando nuestra fe y nuestros compromisos bautismales. Renovaremos nuestro bautismo, renunciando al pecado y afianzando nuestro reconocimiento de Cristo como Señor. Seremos rociados con agua bendita en memoria de nuestro bautismo.
Que esta Noche Santa sea para todos Noche de luz, Noche de inmensa alegría, Noche de esperanza. QUE ASÍ SEA
Reflexión realizada por
Rvdo. Padre D. Manuel Jesús Barrera Rodríguez
R/ Amén.
Señor Jesús, has triunfado sobre la muerte con tu resurrección y vives para siempre comunicándonos la vida, la alegría y la esperanza firme. Tú que fortaleciste la fe de los apóstoles, fortalece también nuestra fe, para que nos entreguemos de lleno a ti.
Queremos compartir contigo y con tu Madre, la Virgen María, la alegría de tu Resurrección gloriosa. Tú que nos has abierto el camino hacia el Padre, haz que, iluminados por el Espíritu Santo, gocemos un día de la gloria eterna.
.
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús resucitado conquista la vida verdadera
El lector:
Del Evangelio según san Mateo (28, 1-2)
Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima.
V/ Gracias, Señor, porque al romper la piedra de tu sepulcro nos trajiste en las manos la vida verdadera, no solo un trozo más de esto que los hombres llamamos vida, sino la inextinguible, la zarza ardiendo que no se consume, la misma vida de que vive Dios.
Gracias por este gozo, gracias por esta gracia, gracias por esta vida eterna que nos hace inmortales, gracias porque al resucitar inauguraste la nueva humanidad y nos pusiste en las manos esta vida multiplicada, este milagro de ser hombres y más, esta alegría de sabernos partícipes de tu triunfo, este sentirnos y ser hijos y miembros de tu cuerpo de hombre y Dios resucitado.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
SEGUNDA ESTACIÓN
Su sepulcro vacío muestra que Jesús ha vencido a la muerte
El lector:
Del Evangelio según san Marcos (16, 1-6)
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: « ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo:
«No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron.
V/ Hoy, al resucitar, dejaste tu sepulcro abierto como una enorme boca, que grita que has vencido a la muerte. Ella, que hasta ayer era la reina de este mundo, a quien se sometían los pobres y los ricos, se bate hoy en triste retirada vencida por tu mano de muerto vencedor.
¿Cómo podrían aprisionar tu fuerza unos metros de tierra? Alzaste tu cuerpo de la fosa como se alza una llama, como el sol se levanta tras los montes del mundo, y se quedó la muerte muerta, amordazada la invencible, destruido por siempre su terrible dominio. El sepulcro es la prueba: nadie ni nada encadena tu alma desbordante de vida y esta tumba vacía muestra ahora que tú eres un Dios de vivos y no un Dios de muertos.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
TERCERA ESTACIÓN
Jesús, bajando a los infiernos, muestra el triunfo de su resurrección
El lector:
De la primera carta del apóstol san Pedro (3, 18-20)
Porque también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a que se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua.
V/ Más no resucitaste para ti solo. Tu vida era contagiosa y querías repartir entre todos el pan bendito de tu resurrección. Por eso descendiste hasta el seno de Abrahán, para dar a los muertos de mil generaciones la caliente limosna de tu vía recién reconquistada.
Y los antiguos patriarcas y profetas que te esperaban desde siglos y siglos se pusieron en pie y te aclamaron, diciendo: «Santo, Santo, Santo. Digno es el cordero que con su muerte nos infunde vida, que con su vida nueva nos salva de la muerte. Y cien mil veces Santo es este Salvador que se salva y nos salva». Y tendieron sus manos hacia ti. Y de tus manos brotó este nuevo milagro de la multiplicación de la sangre y de la vida.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
CUARTA ESTACIÓN
Jesús resucita por la fe en el alma de María
El lector:
Del Evangelio según san Lucas (1, 46-48)
María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones».
V/ No sabemos si aquella mañana del domingo visitaste a tu Madre, pero estamos seguros de que resucitaste en ella y para ella, que ella bebió a grandes sorbos el agua de tu resurrección, que nadie como ella se alegró con tu gozo y que tu dulce presencia fue quitando uno a uno los cuchillos que traspasaban su alma de mujer.
No sabemos si te vio con sus ojos, mas sí que te abrazó con los brazos del alma, que te vio con los cinco sentidos de su fe. Oh, si nosotros supiéramos gustar una centésima parte de su gozo.
Oh, si aprendiésemos a resucitar en ti como ella. Oh, si nuestro corazón estuviera tan abierto como estuvo el de María aquella mañana del domingo.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
QUINTA ESTACIÓN
Jesús elige a una mujer como apóstol de los apóstoles
El lector:
Del Evangelio según san Juan (20, 15-18)
Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: « ¡María!». Ella se vuelve y le dice: « ¡Rabbuní!», que significa: « ¡Maestro!». Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”». María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto».
V/ Lo mismo que María Magdalena decimos hoy nosotros: «Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Marchamos por el mundo y no encontramos nada en qué poner los ojos, nadie en quien podamos poner entero nuestro corazón. Desde que tú te fuiste nos han quitado el alma y no sabemos dónde apoyar nuestra esperanza, ni encontramos una sola alegría que no tenga venenos.
¿Dónde estás? ¿Dónde fuiste, jardinero del alma, en qué sepulcro, en qué jardín te escondes? ¿O es que tú estás delante de nuestros mismos ojos y no sabemos verte? ¿Estás en los hermanos y no te conocemos? ¿Te ocultas en los pobres, resucitas en ellos y nosotros pasamos a su lado sin reconocerte? Llámame por mi nombre para que yo te vea, para que reconozca la voz con que hace años me llamaste a la vida en el bautismo, para que redescubra que tú eres mi maestro. Y envíame de nuevo a transmitir tu gozo a mis hermanos, hazme apóstol de apóstoles como aquella mujer privilegiada que, porque te amó tanto, conoció el privilegio de beber la primera el primer sorbo de tu resurrección.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
SEXTA ESTACIÓN
Jesús devuelve la esperanza a dos discípulos desanimados
El lector:
Del Evangelio según san Lucas (24, 28-32)
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro:
« ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
V/ Lo mismo que los dos de Emaús aquel día también yo marcho ahora decepcionado y triste pensando que en el mundo todo es muerte y fracaso. El dolor es más fuerte que yo, me acogota la soledad y digo que tú, Señor, nos has abandonado. Si leo tus palabras me resultan insípidas, si miro a mis hermanos me parecen hostiles, si examino el futuro sólo veo desgracias.
Estoy desanimado. Pienso que la fe es un fracaso, que he perdido mi tiempo siguiéndole y buscándote y hasta me parece que triunfan y viven más alegres los que adoran el dulce becerro del dinero y del vicio.
Me alejo de tu cruz, busco el descanso en mi casa de olvidos, dispuesto a alimentarme desde hoy en las viñas de la mediocridad. No he perdido la fe, pero sí la esperanza, sí el coraje de seguir apostando por ti.
¿Y no podrías salir hoy al camino y pasear conmigo como aquella mañana con los dos de Emaús? ¿No podrías descubrirme el secreto de tu santa Palabra y conseguir que vuelva a calentar mi entraña? ¿No podrías quedarte a dormir con nosotros y hacer que descubramos tu presencia en el Pan?
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús muestra a los suyos su carne herida y vencedora
El lector:
Del Evangelio según san Juan (20, 26-29)
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás:
« ¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: « ¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
V/ Gracias, Señor, porque resucitaste no solo con tu alma, más también con tu carne. Gracias porque quisiste regresar de la muerte trayendo tus heridas. Gracias porque dejaste a Tomás que pusiera su mano en tu costado y comprobara que el Resucitado es exactamente el mismo que murió en una cruz. Gracias por explicarnos que el dolor nunca puede amordazar el alma y que cuando sufrimos estamos también resucitando. Gracias por ser un Dios que ha aceptado la sangre, gracias por no avergonzarte de tus manos heridas, gracias por ser un hombre entero y verdadero.
Ahora sabemos que eres uno de nosotros sin dejar de ser Dios, ahora entendemos que el dolor no es un fallo de tus manos creadoras, ahora que tú lo has hecho tuyo comprendemos que el llanto y las heridas son compatibles con la resurrección.
Déjame que te diga que me siento orgulloso de tus manos heridas de Dios y hermano nuestro. Deja que entre tus manos crucificadas ponga estas manos mal- trechas de mi oficio de hombre.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
OCTAVA ESTACIÓN
Con su cuerpo glorioso, Jesús explica que también los muertos resucitan
El lector:
Del Evangelio según san Lucas (24, 36-43)
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: « ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: « ¿Tenéis ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
V/ «Miradme bien. Tocadme. Comprobad que no soy un fantasma», decías a los tuyos, temiendo que creyeran que tu resurrección era tan solo un símbolo, una dulce metáfora, una ilusión hermosa para seguir viviendo.
Era tan grande el gozo de reencontrarte vivo que no podían creerlo; no cabía en sus pobres cabezas que entendían de llantos, pero no de alegrías. El hombre, ya lo sabes, es incapaz de muchas esperanzas.
Como él tiene el corazón pequeño cree que el tuyo es tacaño. Como te ama tan poco no puede sospechar que tú puedas amarle. Como vive amasando pedacitos de tiempo siente vértigo ante la eternidad.
Y así va por el mundo arrastrando su carne sin sospechar que pueda ser una carne eterna. Conoce el pudridero donde mueren los muertos: no logra imaginarse el día en que esos muertos volverán a ser niños, con una infancia eterna. Muéstranos bien tu cuerpo, Cristo vivo, ¡enséñanos ahora la verdadera infancia, la que tú nos preparas más allá de la muerte!
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
NOVENA ESTACIÓN
Jesús bautiza a sus apóstoles contra el miedo
El lector:
Del Evangelio según san Juan (20, 19-21)
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
V/ Han pasado, Señor, ya veinte siglos de tu resurrección y todavía no hemos perdido el miedo, aún no estamos seguros, aún tememos que las puertas del infierno podrían algún día prevalecer si no contra tu Iglesia, sí contra nuestro pobre corazón de cristianos.
Aún vivimos mirando a todos lados menos hacia tu cielo. Aún creemos que el mal será más fuerte que tu propia Palabra. Todavía no estamos convencidos de que tú hayas vencido al dolor y a la muerte. Seguimos vacilando, dudando, caminando entre preguntas, amasando angustias y tristezas.
Repítenos de nuevo que tú dejaste paz suficiente para todos. Pon tu mano en mi hombro y grítame: No temas, no temáis. Infúndeme tu luz y tu certeza, danos el gozo de ser tuyos, inúndanos de la alegría de tu corazón. Haznos, Señor, testigos de tu gozo. ¡Y que el mundo descubra lo que es creer en ti!
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús anuncia que seguirá siempre con nosotros
El lector:
Del Evangelio según san Mateo (Mt 28, 20B)
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.
V/ Esta fue la más grande de todas tus promesas, el más jubiloso de todos tus anuncios. ¿O acaso tú podrías visitar esta tierra como un sonriente turista de los cielos, pasar a nuestro lado, ponernos la mano sobre el hombro, darnos buenos consejos y regresar después a tu seguro cielo dejando a tus hermanos sufrir en la estacada? ¿Podrías venir a nuestros llantos de visita sin enterrarte en ellos? ¿Dejarnos luego solos, limitándote a ser un inspector de nuestras culpas?
Tú juegas limpio. Señor, tú bajas a ser hombre para serlo del todo, para serlo con todos, dispuesto a dar al hombre no solo una limosna de amor, sino el amor entero.
Desde entonces el hombre no está solo, tú estás en cada esquina de las horas esperándonos, más nuestro que nosotros, más dentro de mí mismo que mi alma.
«No os dejaré huérfanos», dijiste. Y desde entonces ha estado lleno nuestro corazón.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
DÉCIMA PRIMERA ESTACIÓN
Jesús devuelve a sus apóstoles la alegría perdida
El lector:
Del Evangelio según san Juan (21, 4-7)
Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua.
V/ Desde que tú te fuiste no hemos pescado nada. Llevamos veinte siglos echando inútilmente las redes de la vida y entre sus mallas solo pescamos el vacío. Vamos quemando horas y el alma sigue seca. Nos hemos vuelto estériles, lo mismo que una tierra cubierta de cemento. ¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído? ¿Quién recuerda la última vez que amamos?
Y una tarde tú vuelves y nos dices: «Echa tu red a tu derecha, atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma, saca del viejo cofre las nuevas ilusiones, dale cuerda a tu corazón, levántate y camina». Y lo hacemos, solo por darte gusto. Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría, nos resucita el gozo y es tanto el peso de amor que recogemos que la red se nos rompe, cargada de ciento cincuenta nuevas esperanzas.
Oh, tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla, camina sobre el agua de nuestra indiferencia, devuélvenos, Señor, a tu alegría.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
DÉCIMA SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús entrega a Pedro el pastoreo de sus ovejas
El lector:
Del Evangelio según san Juan (21, 15-17)
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice:
«Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: « ¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas.
V/ Aún nos faltaba un gozo: descubrir tu inédito modo de perdonar. Nosotros, como Pedro, hemos manchado tantas veces tu nombre, hemos dicho que no te conocíamos, hemos enrojecido ante el horror de que alguien nos llamara beatos, nos hemos calentado al fuego de los gozos del mundo.
Y esperábamos que, al menos, tú nos reprendieras para paladear el orgullo de haber pecado en grande. Y tú nos esperabas con tu triste sonrisa para preguntar solo:
« ¿Me amas aún, me amas?», dispuesto ya a entregarnos tu rebaño y tus besos, preparado a vestirnos la túnica del gozo.
Oh, Dios, ¿cómo se puede perdonar tan de veras? ¿Es que no tienes ni una palabra de reproche? ¿No temes que los hombres se vayan de tu lado al ver que se lo pones tan barato? ¿No ves, Señor, que casi nos empujas a alejarnos de ti solo por encontrarnos de nuevo entre tus brazos?
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
DÉCIMA TERCERA ESTACIÓN
Jesús encarga a los doce la tarea de evangelizar
El lector:
Del Evangelio según san Mateo (28, 16-20)
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
V/ Y te faltaba aún el penúltimo gozo: dejar en nuestras manos la antorcha de tu fe. Tú habrías podido reservarte ese oficio, sembrar tú en exclusiva la gloria de tu nombre, hablar tú al corazón, poner en cada alma la sagrada semilla de tu amor.
¿Acaso no eres tú la única palabra? ¿No eres tú el único jardinero del alma? ¿No es tuya toda gracia? ¿Hay algo de ti o de Dios que no salga de tus manos? ¿Para qué necesitas ayudantes, intermediarios, colaboradores, que nada aportarán si no es su barro? ¿Qué ponen nuestras manos que no sea torpeza?
Pero tú, como un padre que sentara a su niño al volante y dijera: «Ahora conduce tú», has querido dejar en nuestras manos la tarea de hacer lo que solo tú haces: llevar gozosa y orgullosamente de mano en mano la antorcha que tú enciendes.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
DÉCIMA CUARTA ESTACIÓN
Jesús sube a los cielos para abrirnos camino
El lector:
Del libro de los Hechos de los Apóstoles (1, 10-11)
Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».
V/ La última alegría fue quedarte marchándote. Tu subida a los cielos fue ganancia, no pérdida: fue bajar a la entraña, no evadirte.
Al perderte en las nubes te vas sin alejarte, asciendes y te quedas, subes para llevarnos, señalas un camino, abres un surco. Tu ascensión a los cielos es la última prueba de que estamos salvados, de que estás en nosotros por siempre y para siempre. Desde aquel día la tierra no es un sepulcro hueco, sino un horno encendido: no una casa vacía, sino un corro de manos: no una larga nostalgia, sino un amor creciente.
Te quedaste en el pan, en los hermanos, en el gozo, en la risa, en todo corazón que ama y espera, en estas vidas nuestras que cada día ascienden a tu lado.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
fuente de alegría y de esperanza,
hemos vivido con tu Hijo los acontecimientos de su resurrección y ascensión;
haz que la contemplación de estos misterios nos llene de tu gracia y nos capacite
para dar testimonio de Jesucristo en medio del mundo. Te pedimos por tu santa Iglesia:
que sea fiel reflejo de las huellas de Cristo en la historia y que, llena del Espíritu Santo,
manifieste al mundo los tesoros de tu amor, santifique a tus fieles con los sacramentos
y haga partícipes a todos los hombres de la resurrección eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R/ Amén.
Señor Jesús, has triunfado sobre la muerte con tu resurrección y vives para siempre comunicándonos la vida, la alegría y la esperanza firme. Tú que fortaleciste la fe de los apóstoles, fortalece también nuestra fe, para que nos entreguemos de lleno a ti.
Queremos compartir contigo y con tu Madre, la Virgen María, la alegría de tu Resurrección gloriosa. Tú que nos has abierto el camino hacia el Padre, haz que, iluminados por el Espíritu Santo, gocemos un día de la gloria eterna.
V/ Anunciemos a todos la alegría del Señor resucitado. Aleluya, aleluya.
R/ Demos gracias a Dios. Aleluya, aleluya.
.