UN DOMINGO DE RAMOS DESDE CASA

lunes, 6 abril 2020

Hace tan solo cuarenta días iniciamos la cuenta atrás para el gran día, ese en el que cada año nuestra Madre Dolorosa recorre las calles de Jerez, sin saber que, en tan solo un par de semanas, una inesperada pandemia daría un giro de trescientos sesenta grados a nuestras vidas.

Para mi familia, y sé por experiencia que para muchas otras, el Domingo de Ramos no es otro domingo cualquiera, todo lo contrario, es el inicio de la Pasión del Señor, y es por ello que en casa se vive de un modo diferente.

Los nervios a flor de piel desde muy temprano, ansiosos de encontrarnos con la Virgen a la espera de la salida. Olor a incienso y aroma a azahar, movimientos para preparar los últimos detalles, todos más unidos que nunca.

Muchos no entenderán de lo que estoy hablando mientras que otros muchos se sentirán identificados.

Es increíble cómo es posible unir tantos sentimientos de una sola vez: ilusión, devoción, costumbres, cariño, unidad, recuerdos….

La foto todos juntos delante del paso, unos con más arrugas y otros algo más altos, y los videos de papá que con suerte algún día logrará enseñarnos más allá de ese carrete.

Una vez en casa, se comenta entre los primos una de las costumbres más esperadas: el famoso gazpacho de abuela y el primero del año. Y sin olvidarnos también de la foto en la escalera, que poco a poco va necesitando un escalón más.

Me sorprende cómo la ilusión no se pierde con los años, y si no que os lo diga mi padre que desde hace ya cincuenta años viste la túnica de su tío Manolo y desde entonces jamás ha perdido la cuenta.

Muchos que lo conocéis sabéis que no puedo poner fin a este relato sin hablar de su inmensa devoción a su Virgen y cómo a lo largo de los años ha sido quien nos ha conducido hasta Ella. También porque tiene la oportunidad de vivirlo desde una perspectiva distinta. Maniguetero delantero derecho, a los pies de su madre, detrás de un antifaz donde todo lo ve y aún más lo siente.

Cuando hablo de unión de sentimientos, no me refiero a los de uno mismo, sino también los reflejados en los rostros de los demás, su emoción y sus peticiones, que hacen que nos demos cuenta de que no somos los únicos con problemas y también de la tendencia en la que pecamos, al darles más importancia de la que realmente tienen.

Si es una hermandad de silencio, no es solo por alzar los cirios en alto o por mantener el silencio y el orden durante la estación de penitencia, también por el sorprendente respeto de aquellos que lo viven desde fuera dejando tan solo el acompañamiento de la escolanía a los pies del calvario.

Llegan las cinco de la tarde, con suerte alguno ha conseguido pegar alguna que otra cabezada, todos en busca de las túnicas y más rápidos que nunca para coger un cuarto libre en casa. Se reparten las papeletas de sitio y, con discreción, se esconde alguna que otra provisión bajo el esparto apretado.

Para mí, uno de los momentos más emocionantes es el recorrido desde la plaza Jaramago hasta llegar a la plaza de las Angustias. De una misma casapuerta comienzan a salir veintidós penitentes, respetando la distancia entre uno y otro, perdiendo la pista de quién es quién.

Lo más sorprendente de todo esto no es lo peculiar que resulta esquivar los toldos de los bares de medio día, sino la reacción de los más pequeños extrañados al vernos pasar sin entender por qué tanta seriedad.

En la capilla predomina el silencio y la oscuridad de los ciriales junto con la seriedad y el reencuentro de los hermanos que cada año viven contigo la estación de penitencia.

Llega el momento de mirar el rostro de nuestra madre por última vez y abrir las puertas del humilladero. Comienzan esas horas de intimidad donde te encuentras a solas con Ella y en las que, al igual que le pides por tus intenciones, también agradeces que, hasta en los pies de la cruz, María jamás abandonó a su Hijo.

Podría ser esta la continuación de mis últimas líneas, pero estoy realmente convencida de que cada uno de los que la acompañan viven la experiencia de forma distinta, y es por ello que hasta aquí puedo llegar y confío en que, tras superar esta pandemia, nos queden por delante muchos Domingos de Ramos por contar.

 

Jerez, 5 de abril de 2020. Domingo de Ramos.

Este escrito ha sido realizado y cedido por

nuestra hermana  Dª. Nora Coveñas Pastor.

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